Por: Marina Guigui. (Escrito el 30 de mayo del 2008)
La libertad de expresión es un derecho humano fundamental señalado en la constitución de los Estados Unidos Mexicanos. Dentro de las universidades se vive dicha libertad como algo natural, se podría afirmar que en estas instituciones educativas, las personas que en ella laboran o reciben el servicio, se encuentran con la plena libertad de expresarse, organizarse en grupos de cualquier tipo, ya sean culturales, deportivos o sociales, tienen la libertad de manifestar sus opiniones en cualquier asunto de interés, incluso los mismos profesores fomentan la participación para conocer cual es la manera joven de ver el mundo, y buscar nuevas ideas que permitan mejorar el mundo que les rodea.
Algunas universidades llevan a cabo la libertad de expresión, con algunas restricciones, como crear un estándar de imagen, mencionando como se tiene que ir vestido, y no permitiendo la entrada a personas que no cumplan con esos requerimientos, en algunas otras, la libertad de expresión es absoluta, como en el caso de instituciones públicas, como la UNAM, en donde no importa la apariencia, es permitido el libre tránsito de personas, incluso los alumnos pueden organizarse en grupos de, como resistencias incluso guerrilleras, tal es el caso de los estudiantes pertenecientes al grupo guerrillero FARC, de los cuales algunos murieron, por defender una ideología.
Las instituciones educativas, permiten ver la universalidad de lo que acontece en México y el mundo, y dan las armas para poder observarlo desde varios enfoques, analizar, obtener conclusiones y poder dar solución a diferentes problemas. Algunas maneras de hacerlo, es a través de seminarios, conferencias y muestras de cine, diseñados especialmente para un público universitario y crítico, la universidad prepara a la sociedad para lograr un cambio positivo dentro de la misma, con el cual la capacidad de analizar y tomar decisiones sea de manera asertiva y útil, fomenta la tolerancia ya que pone en contacto a una rica variedad de individuos con diferente personalidad e ideología, incluso se llevan a cabo programas de intercambio a otros países que permiten ampliar la cultura y tener una perspectiva diferente de las cosas.
Es en estas instituciones donde se forma y orienta a las personas que posteriormente van a definir el futuro de nuestro país, en México diariamente se viola la libertad de expresión por intereses personales, si los futuros líderes contaran con una visión más amplia y el entendimiento para darle a la libertad de expresión la importancia que tiene, la historia del país podría cambiar radicalmente, se podría crear un ambiente saludable entre los diferentes tipos de personas y respetar las decisiones y preferencias de cada individuo. Verdaderamente es una tarea ardua y muy difícil, Pero éstas son meras suposiciones idealistas, no conocemos el fututo pero las tendencias indican que no va a suceder pronto.
La difícil tarea continua, y no se va a detener, porque las universidades son incubadoras de ideas innovadoras, investigaciones y descubrimientos, que aunque sea lentamente mejoran la vida tanto individual como social. Si no fuera por la libertad de expresión, no existirían nuevas corrientes artísticas y mucho menos la exposición de las mismas, no se podrían practicar ciertos deportes, realizar investigaciones polémicas, presentar obras de teatro ni danzas eróticas, no se podría tocar temas religiosos; Lo que se traduce a una sociedad que aunque se encuentre en recintos “educativos”, no tendría la capacidad de crecer ni mejorar.
Una gran desventaja para la población en general, es que muy pocas personas pueden tener acceso a la educación superior, por diferentes motivos, ya sean de salud, económicos o cualquier otro, con lo cual será aún más difícil lograr los resultados de lo que una sociedad libre representa, Lo que muestra un triste panorama para lograr un cambio en la sociedad.
Por lo anterior es un privilegio pertenecer a ese muy pequeño porcentaje de la población, que tiene la oportunidad de asistir a la universidad, y tener un acercamiento más íntimo con el conocimiento, la ciencia y las artes, y como consecuencia enriquecer el panorama de vida y la perspectiva de la misma. Lo cual va a fomentar las diferentes formas de expresión, que aunque el gobierno o quien sea trate de frenarlas, la libertad de pensamiento estará siempre presente en el individuo, logrando tener a una sociedad que analiza, razona y exige sus derechos.
La sociedad universitaria tendría que ser más unida, principalmente en las privadas, ya que la historia ha comprobado que la unión de ésta comunidad es muy poderosa, y aunque sea un porcentaje mínimo dentro de la sociedad, son el reflejo de que se puede lograr un cambio sustancial y positivo en México, y así obtener el lugar imaginado que toda la sociedad espera desde hace muchas décadas.
lunes, 15 de agosto de 2011
lunes, 1 de noviembre de 2010
Calaverita para Juan
Por Marina Guigui
Juan Carlos Juárez Carrillo tratando de escribir estaba,
las palabras no llegaban, sin diccionario se encontraba.
Una noche misteriosa la muerte se le acercó
y le dijo – ¿porqué sufres? Mi diccionario aquí está
y ahí de donde vengo, muchos libros has de encontrar
Así que dame la mano que al campo santo te he de llevar-.
Juan Carlos temeroso, una mueca puso en el rostro.
La huesuda divertida, de la mano lo tomó
y sin verbo ni adjetivo
a la tumba lo llevó.
Juan Carlos Juárez Carrillo tratando de escribir estaba,
las palabras no llegaban, sin diccionario se encontraba.
Una noche misteriosa la muerte se le acercó
y le dijo – ¿porqué sufres? Mi diccionario aquí está
y ahí de donde vengo, muchos libros has de encontrar
Así que dame la mano que al campo santo te he de llevar-.
Juan Carlos temeroso, una mueca puso en el rostro.
La huesuda divertida, de la mano lo tomó
y sin verbo ni adjetivo
a la tumba lo llevó.
domingo, 31 de octubre de 2010
Marina y su castigo (Calaverita)
Por Juan Carlos Juárez Carrillo
Marina se disponía, un viernes por la tarde salir,
lo que ella nunca sabría,
es que esa tarde habría de morir.
Un espectro estaba planeando,
coludido con el ángel Gabriel,
con una treta la iría engañando,
hasta al infierno llevarla con él.
El espectro como un escribano,
a Marina la muerte tentó,
le pidió que le hechara la mano,
con un cuento que él inventó.
Un cuerto corto ella le dió,
esperando su obra fuera publicada,
la fría emocionada se sonrió,
y le dijo: ¡ya te llevó la tostada!
Tus letras tienen mucha ironía,
hasta el diablo estaría contento,
pero como ya yo sabía,
algo tan corto ¡no es un cuento!
Ahora Marina está en el averno,
y como compañero un tal caracól,
sufriendo la pobre el castigo eterno,
sin poder cambiar ese viejo rol.
Pobrecita Marina,
ya puedes llorar,
no sirve de nada,
pues ya la baba... se te va a desbordar.
Con mucho cariño y respeto para mi amiga Marina Guigui
Marina se disponía, un viernes por la tarde salir,
lo que ella nunca sabría,
es que esa tarde habría de morir.
Un espectro estaba planeando,
coludido con el ángel Gabriel,
con una treta la iría engañando,
hasta al infierno llevarla con él.
El espectro como un escribano,
a Marina la muerte tentó,
le pidió que le hechara la mano,
con un cuento que él inventó.
Un cuerto corto ella le dió,
esperando su obra fuera publicada,
la fría emocionada se sonrió,
y le dijo: ¡ya te llevó la tostada!
Tus letras tienen mucha ironía,
hasta el diablo estaría contento,
pero como ya yo sabía,
algo tan corto ¡no es un cuento!
Ahora Marina está en el averno,
y como compañero un tal caracól,
sufriendo la pobre el castigo eterno,
sin poder cambiar ese viejo rol.
Pobrecita Marina,
ya puedes llorar,
no sirve de nada,
pues ya la baba... se te va a desbordar.
Con mucho cariño y respeto para mi amiga Marina Guigui
Cuando la inspiración se va
Por Marina Guigui
Ya van cuatro veces que borro estas letras, ¿es que no se te va a ocurrir nada? ¡No vas a poder enviar el manuscrito a tiempo otra vez! hace mucho que no se te ocurre nada bueno, ¿no puedes terminar ni siquiera un párrafo? Bien me lo decían cuando empecé en esto, un día tu musa se va a ir, te va a dejar a la deriva. ¡Bah! Esas son tonterías, todo está en la imaginación, en el conocimiento, en la práctica pensaba yo, que tonto he sido. Soy un maldito escritor fracasado, no puedo hacer nada bien, ni con mi familia, trabajo, investigación y mucho menos con estas letras. Pero qué puede hacer uno cuando apenas le alcanza el dinero para comer, la pobreza es como una enfermedad terminal, puedes nacer con ella o adquirirla a lo largo de la vida y sólo termina con la muerte, no hay esperanzas para ningún pobre diablo y menos uno como yo, escritor, qué quiere decir ser escritor; ser escritor es morirse de hambre, es depender de la fascinante creatividad que termina, tarde o temprano por abandonarnos, quiero decir, por abandonarme. Ya ni siquiera las lágrimas salen de mis ojos, estoy seco, por dentro y por fuera. Creo que sería mejor morir, si, morir aquí, en este mismo momento, solo con mi fracaso, solo con esta humanidad bastarda y sucia que la propia muerte no podría limpiar. Todo quedará escrito, en los diarios, en la radio y probablemente hasta en la televisión, los titulares dirían más o menos así: fracasado escritor aparece muerto en una vieja bodega. Probablemente en menos de 24 horas descubrirían que la causa de la muerte fue un vil suicidio. Un escritor debe morir de una forma artística, melodramática, un crimen pasional, un suicidio… ¡No!, el suicidio es poco elegante, no tiene clase, suicidio… ¡Suicidio! Todos hablarían de cómo este pobre escritor decidió terminar con su vida... Aunque... ¿Por qué no? Puede ser una forma de que mis textos regresen a los escaparates, de que resurja de las cenizas, del olvido… ¡Sólo después de la muerte se puede resucitar!
Ya van cuatro veces que borro estas letras, ¿es que no se te va a ocurrir nada? ¡No vas a poder enviar el manuscrito a tiempo otra vez! hace mucho que no se te ocurre nada bueno, ¿no puedes terminar ni siquiera un párrafo? Bien me lo decían cuando empecé en esto, un día tu musa se va a ir, te va a dejar a la deriva. ¡Bah! Esas son tonterías, todo está en la imaginación, en el conocimiento, en la práctica pensaba yo, que tonto he sido. Soy un maldito escritor fracasado, no puedo hacer nada bien, ni con mi familia, trabajo, investigación y mucho menos con estas letras. Pero qué puede hacer uno cuando apenas le alcanza el dinero para comer, la pobreza es como una enfermedad terminal, puedes nacer con ella o adquirirla a lo largo de la vida y sólo termina con la muerte, no hay esperanzas para ningún pobre diablo y menos uno como yo, escritor, qué quiere decir ser escritor; ser escritor es morirse de hambre, es depender de la fascinante creatividad que termina, tarde o temprano por abandonarnos, quiero decir, por abandonarme. Ya ni siquiera las lágrimas salen de mis ojos, estoy seco, por dentro y por fuera. Creo que sería mejor morir, si, morir aquí, en este mismo momento, solo con mi fracaso, solo con esta humanidad bastarda y sucia que la propia muerte no podría limpiar. Todo quedará escrito, en los diarios, en la radio y probablemente hasta en la televisión, los titulares dirían más o menos así: fracasado escritor aparece muerto en una vieja bodega. Probablemente en menos de 24 horas descubrirían que la causa de la muerte fue un vil suicidio. Un escritor debe morir de una forma artística, melodramática, un crimen pasional, un suicidio… ¡No!, el suicidio es poco elegante, no tiene clase, suicidio… ¡Suicidio! Todos hablarían de cómo este pobre escritor decidió terminar con su vida... Aunque... ¿Por qué no? Puede ser una forma de que mis textos regresen a los escaparates, de que resurja de las cenizas, del olvido… ¡Sólo después de la muerte se puede resucitar!
FIN
martes, 14 de septiembre de 2010
EL CONTADOR DE HOJAS
Por: Marina Guigui
El despertador suena a las siete de la mañana, como todos los días desde hace 23 años, Juan se levanta y casi instintivamente se mete a bañar, el agua sale fría, este mes no le alcanzó para pagar el gas pero no puede llegar al trabajo oliendo a gato muerto. La tortura del agua helada termina y temblando sale a ponerse los mismos pantalones café de todos los lunes. A las ocho sale de su pequeño departamento al que el llamaba no tan cariñosamente mi pocilga, para dirigirse a cumplir con su horario de trabajo en esa horrible oficina del gobierno dónde diariamente tiene que soportar a un jefe 20 años más joven que él, que apodan el caracol pues todos saben que llegó a ese puesto por recomendación y no por sus propios méritos. Juan, desganado llega a la oficina y descubre que alguien dejó en su escritorio 8 cajas con expedientes y una nota que citaba: Juan, favor de contar las hojas de cada expediente. Salí al banco. -El pan nuestro de cada día, contar esos malditos expedientes, bueno, como si no tuviera la capacidad de realizar un trabajo con un mayor grado de dificultad, ¡Contar hojas! ¡ya estoy cansado de ser el pobre viejo contador de hojas!, y es imbécil no piensa llegar a trabajar, claro, como es amigo del jefe, pocas veces se digna a presentarse en la oficina-
-Juan buenas tardes, como van esos expedientes-
-vaya, primera vez que pregunta por el trabajo-
-qué dijiste-
-dije que ya estoy harto de usted, un pelele inepto-
-¿Juan que haces?-
- lo que debí hacer hace mucho tiempo-
- no... no... cálmate, vamos a hablar, seguramente podremos encontrar una solución, todo tiene solución-
- Solución, la única solución es librar al mundo de una rata inmunda como usted-
-Por favor... -
Después de un estruendo, llegó la calma. Una mujer que pasaba por ahí quedó horrorizada al ver la cara deforme de un hombre que hace un minuto respiraba. El charco de sangre se hacía cada vez más grande.
Juan salió de la oficina con una pistola en la mano izquierda y una sonrisa en su rostro, nadie lo miró, nadie lo detuvo...
El despertador suena a las siete de la mañana, como todos los días desde hace 23 años, Juan se levanta y casi instintivamente se mete a bañar, el agua sale fría, este mes no le alcanzó para pagar el gas pero no puede llegar al trabajo oliendo a gato muerto. La tortura del agua helada termina y temblando sale a ponerse los mismos pantalones café de todos los lunes. A las ocho sale de su pequeño departamento al que el llamaba no tan cariñosamente mi pocilga, para dirigirse a cumplir con su horario de trabajo en esa horrible oficina del gobierno dónde diariamente tiene que soportar a un jefe 20 años más joven que él, que apodan el caracol pues todos saben que llegó a ese puesto por recomendación y no por sus propios méritos. Juan, desganado llega a la oficina y descubre que alguien dejó en su escritorio 8 cajas con expedientes y una nota que citaba: Juan, favor de contar las hojas de cada expediente. Salí al banco. -El pan nuestro de cada día, contar esos malditos expedientes, bueno, como si no tuviera la capacidad de realizar un trabajo con un mayor grado de dificultad, ¡Contar hojas! ¡ya estoy cansado de ser el pobre viejo contador de hojas!, y es imbécil no piensa llegar a trabajar, claro, como es amigo del jefe, pocas veces se digna a presentarse en la oficina-
-Juan buenas tardes, como van esos expedientes-
-vaya, primera vez que pregunta por el trabajo-
-qué dijiste-
-dije que ya estoy harto de usted, un pelele inepto-
-¿Juan que haces?-
- lo que debí hacer hace mucho tiempo-
- no... no... cálmate, vamos a hablar, seguramente podremos encontrar una solución, todo tiene solución-
- Solución, la única solución es librar al mundo de una rata inmunda como usted-
-Por favor... -
Después de un estruendo, llegó la calma. Una mujer que pasaba por ahí quedó horrorizada al ver la cara deforme de un hombre que hace un minuto respiraba. El charco de sangre se hacía cada vez más grande.
Juan salió de la oficina con una pistola en la mano izquierda y una sonrisa en su rostro, nadie lo miró, nadie lo detuvo...
Hoy, ya no pude imaginar
Por: Marina Guigui
Hoy, sucedió una desgracia, una verdadera tragedia, de esas narradas por Horacio Quiroga o Edgar Alan Poe en sus historias, el evento ocurrió como a continuación narro desolada. Caminaba por la gran ciudad de México en la lateral del periférico, hacia bastante calor, no traía ni un peso en la bolsa y apenas era mitad de quincena, ya estaba muy cerca de llegar al trabajo, una oficina de gobierno en la que acababan de cambiar la administración, su primera tarea era correr a la gente que ya se encontraba trabajando ahí, no importa si eran secretaria, archivistas o jefe, si eran joven o viejos, la idea era meter a su “gente de confianza”, muchos trabajadores perdieron la oportunidad de jubilarse estando incluso a meses de tener derecho a ello; tengo miedo de perder el trabajo y no ser capaz de encontrar otro que me permita pagar la renta y la manutención de mi hijo. Miré el reloj y constaté que faltaban veinte minutos para las nueve de la mañana, era aún temprano, la puntualidad es algo que me caracteriza; en los 6 años de trabajar ahí, no había llegado ni un minuto tarde, ni siquiera el día que mataron a mi esposo en ese asalto, él se levantó como cualquier otro día, hizo las 800 abdominales que acostumbraba y se metió a bañar; ese día no desayunamos juntos porque los niños tenían que llegar más temprano que de costumbre a la escuela, hiban a visitar Teotihuacán, estaban realmente emocionados, salimos y me dejó cerca de la parada en la que pasaba mi autobús. Faltaba un semáforo para que llegaran, cuando un tipo con un pasamontañas cubriéndole la cara y con una pistola en la mano apuntó a la cabeza de mi esposo, uno de mis hijos, el más pequeño, comenzó a llorar, contagiando a los demás, mi esposo trató de calmarlos y les dijo que salieran del automóvil, el mayor que se encontraba adelante bajó inmediatamente, mi esposo hizo un movimiento para poner a salvo a los niños que se estaban en la parte de atrás, pero el ladrón se confundió y le disparó, aventó el cuerpo de mi esposo a la calle, se subió al coche y se fue. Mis hijos menores no pudieron bajarse, desde ese día no los he vuelto a ver, todas las noches sueño en encontrarlos, todos los días trato de no pensar. Para llegar, tenía que cruzar un puente peatonal, la música que seleccionaba mi reproductor ya me había cansado, harta, me quite los audífonos, comencé a subir las escaleras del puente tratando de sortear la basura que se encontraba ahí tirada, levanté la cara y miré la enorme bandera que blandía sobre mí, los brillantes colores, verde, blanco y rojo eran impecables, hermosos, vibrantes, su grandeza y esplendor contrastaban con el tráfico, los camiones que llenaban el aire y los pulmones de la gente con humo, las bolsas de basura tiradas en el suelo y unos jóvenes inhalando con la mirada perdida. Caminé, llegué a la mitad del puente y observé los coches que iban y venían con premura, de pronto traté de recordar cómo era mi vida un año antes, me levantaba, desayunaba con mi esposo, llevábamos a los niños a la escuela y luego, él, me llevaba al trabajo, nos despedíamos con un acostumbrado beso, pasaba todo el día en la oficina, en la noche mi esposo y mis hijos pasaban por mí, cenábamos todos juntos contándonos lo que nos había ocurrido. Hoy estaba parada a la mitad de un puente peatonal… sola… cerré los ojos para sentir que nada había cambiado, que me encontraba con mi familia, y lo único que pensaba era en los folios y expedientes que debía capturar, el jefe nefasto que tendría que soportar y que no tenía dinero para comer ese día. Abrí los ojos e hice un segundo intento por aliviar mi dolor, y entonces caí en cuenta: hoy, ya no pude imaginar.
lunes, 1 de febrero de 2010
Volando
Por: Marina Guigui
(Introducción: Lino, lana, algodón, seda… fresca caricia al contacto con la piel, un suave rozón y un pedacito de tela sale volando sin control por los aires, posándose en otra prenda de vestir, encontrando un lugar parecido a ese de donde proviene. La vida de una pelusa es inesperada, emocionante y totalmente absurda).
Salgo temprano por la mañana, pensando, distraída en un mundo hostil y distante, que no deja cabida para la expresión de ningún tipo. Voy a una velocidad que no soy capaz de controlar. Sin esperar nada de nadie me subo a un camión, medio de transporte bastante común y utilizado por un amplio número de población. No encuentro lugar para sentarme, así que permanezco parada tensando mi cuerpo para no caer por el violento vaivén del movimiento. Voy escuchando el ruido que se forma de las personas que van sentadas platicando, otras vendiendo, el sonido de las agujas de la señora que va tejiendo algo, la música que el conductor viene escuchando para amenizar su día de trabajo, una canción un tanto folklórica de esas que gustan mucho al pueblo. Yo, me meto en mi misma tratando por un momento de encontrar paz ante este alboroto cotidiano, cuando casi sin sentir una brisa de aire, no tan fresco y un tanto contaminado me empuja y voy a caer en los pantalones de un señor que se encontraba sentado sin moverse observando a las señoras que suben al camión sin cederles el lugar, ellas ya están acostumbradas a que cada quien ve por sí mismo.
La mujer en la que venía pegada llega a su parada y se baja de ese autobús, con cara de alivio por haber terminado su travesía. Yo por el contrario me quedo con ese extraño, vestido de pantalón café y una chamarra negra, es una persona algo rara. No sé cuánto tiempo pasó pero sentí un movimiento brusco, el hombre se estaba levantando para indicarle al conductor que se detuviera y así poder bajar y continuar su camino, pero ignoró la solicitud de parada y en lugar de detenerse, aumentó la velocidad, el hombre de tez morena se encendió en cólera y empezó a gritar unas cosas que no pude entender, por fin el camión detuvo su marcha y pudo, después de un par de cuadras continuar con su camino.
El hombre caminó por algún tiempo, mientras el sonido de ambulancias lejanas interrumpían la momentánea calma de la ciudad, coches a vuelta de rueda con conductores fastidiados circulan a nuestro lado; el cielo se encuentra de un color grisáceo, contaminado. El hombre detiene su caminar para sentarse en el piso, sobre una jerga vieja, saca de su mochila un viejo y desafinado violín, pone a su lado un recipiente plateado y comienza a interpretar los primeros acordes de una melancólica canción.
Una niña vestida de rosa con unas coletas en el pelo y una mochila a su espalda se acerca al músico y lo observa por un momento, hasta que una señora vestida muy elegante con un traje azul marino, impecablemente maquillada y peinada corre a encontrarse con esa personita de cabello oscuro y sonrisa amplia que mira atenta como el hombre termina de tocar una pieza; la señora lanza una monedita dorada con plateado que provoca una pequeña brisa que me empuja nuevamente y salgo volando por los aires cayendo en la manga de esa mujer misteriosa. La señora de la mano de la niña va hablando por celular en una lengua que no entendí, parecía que estaba balbuceando como cuando un niño está aprendiendo a hablar, de pronto la mujer y la niña se despiden y la pequeña entra a un lugar donde hay mucha gente chiquita con mochilas a las espaldas y unas señoras amables en la entrada regalándoles una sonrisa. Ella continúa su camino, por supuesto que conmigo como compañera, camina y vuelve a pasar junto al violinista pero en esta ocasión decide ignorarlo y seguir.
No pasó mucho tiempo cuando subimos a otro vehículo, este no tenía nada que ver con el camión en el que había viajado hace unos momentos, este auto de vestiduras de piel y aire acondicionado, era realmente agradable, la música que escuchaba la señora era de un gusto exquisito, no tenía ninguna queja con ese delicioso ambiente. La mujer parece empezar a desesperarse, mira su reloj de pulso constantemente, el auto se mueve muy lentamente. El teléfono comienza a sonar casi al mismo tiempo que un chorro de agua jabonosa cae en el parabrisas, ella deja el teléfono casi por instinto e intenta decirle a un niño -de piel oscura, sucio con una playera vieja, gris y húmeda que brincó en el cofre del auto para intentar limpiar el parabrisas por una moneda- que se aleje y baje de su auto pero ya es demasiado tarde, el niño termina su trabajo en el tiempo que le permite el semáforo en rojo y se acerca a la ventana de la conductora quien de malas le entrega unas monedas. El tráfico se hace menos y podemos avanzar un poco más rápido, después de un rato el auto se detiene y bajamos de él, alejándonos poco a poco.
La mujer cambió totalmente su semblante al llegar a un mostrador, con gente que le era muy familiar, comenzó a hablar sobre el trabajo, le gustaba pero a veces el estrés era demasiado; llegó un hombre de aproximadamente 30 años de edad que la saludó muy amistosamente, traía dos maletas y un sombrerito azul que destacaba su personalidad. Este hombre le dio la mano seguida de un beso –extraña costumbre- situación que me obligó a adherirme a ese sombrero, después de eso sólo alcancé a escuchar “buen viaje”.
Caminando por pasillos estrechos estaba, mucha gente parecía conocer a este hombre que no quitaba la sonrisa de su rostro. Seguimos caminando hasta que llegamos a un mostrador con otra dos personas vestidas de azul marino, con un tono muy amistoso, repitiendo las palabras que la otra señora había mencionado antes “buen viaje capitán”, sin responder más que con un elegante movimiento de cabeza, el hombre ingresó por otros pasillos que más bien parecían laberintos hasta que por fin llegamos a un vehículo e ingresamos a una pequeña cabina con un tablero lleno de luces, botones y un volante; otras dos personas se encontraban en ese lugar, otro hombre con un sombrero muy parecido al de la persona con el que me encontraba y una joven, vestida con una falda azul marino y blusa blanca, que hacían resaltar sus ojos claros. Unas risas se escucharon en la cabina, cuando el piloto recibió el aviso de la torre de control en el que les informaban que era momento de despegar por la pista dos. No entendí que es lo que quería decir eso, pero unos momentos más tarde nos empezamos a mover, poco a poco, hasta que el avión se detuvo por completo. El piloto inició una cuenta regresiva –con un tono divertido- 5…4…3…2…1… ¡y arrancan!- Y el avión se empezó a mover nuevamente, pero ahora aumentaba la velocidad, un ruido muy fuerte cortaba la calma del ambiente; el avión se empezó a elevar más y más mientras yo recuperaba el aliento. El viaje duró mucho tiempo, no puedo definir cuanto, perdí la noción del tiempo al notar que las nubes se encontraban tan cerca de nosotros que casi se podían tocar.
El piloto anunció que nos encontrábamos a punto de aterrizar en un lugar llamado París, según dicen la ciudad de los enamorados. Los hombres salen de la cabina y despiden a los pasajeros dando la mano a algunos de ellos. Cuando un joven de sweater rojo se acerca y da las gracias al capitán por el buen viaje, yo nuevamente salgo volando para posarme en esa prenda. El joven va de la mano de una muchacha, se la pasan sonriendo y acariciándose el rostro cada vez que pueden.
Un par de personas, al verlos los saludan emocionados. En el calor de la bienvenida salgo nuevamente volando, para caer en la alfombra de ese lugar. Me quedo quieta, observando como esas personas se alejan y como otras llegan.
(Introducción: Lino, lana, algodón, seda… fresca caricia al contacto con la piel, un suave rozón y un pedacito de tela sale volando sin control por los aires, posándose en otra prenda de vestir, encontrando un lugar parecido a ese de donde proviene. La vida de una pelusa es inesperada, emocionante y totalmente absurda).
Salgo temprano por la mañana, pensando, distraída en un mundo hostil y distante, que no deja cabida para la expresión de ningún tipo. Voy a una velocidad que no soy capaz de controlar. Sin esperar nada de nadie me subo a un camión, medio de transporte bastante común y utilizado por un amplio número de población. No encuentro lugar para sentarme, así que permanezco parada tensando mi cuerpo para no caer por el violento vaivén del movimiento. Voy escuchando el ruido que se forma de las personas que van sentadas platicando, otras vendiendo, el sonido de las agujas de la señora que va tejiendo algo, la música que el conductor viene escuchando para amenizar su día de trabajo, una canción un tanto folklórica de esas que gustan mucho al pueblo. Yo, me meto en mi misma tratando por un momento de encontrar paz ante este alboroto cotidiano, cuando casi sin sentir una brisa de aire, no tan fresco y un tanto contaminado me empuja y voy a caer en los pantalones de un señor que se encontraba sentado sin moverse observando a las señoras que suben al camión sin cederles el lugar, ellas ya están acostumbradas a que cada quien ve por sí mismo.
La mujer en la que venía pegada llega a su parada y se baja de ese autobús, con cara de alivio por haber terminado su travesía. Yo por el contrario me quedo con ese extraño, vestido de pantalón café y una chamarra negra, es una persona algo rara. No sé cuánto tiempo pasó pero sentí un movimiento brusco, el hombre se estaba levantando para indicarle al conductor que se detuviera y así poder bajar y continuar su camino, pero ignoró la solicitud de parada y en lugar de detenerse, aumentó la velocidad, el hombre de tez morena se encendió en cólera y empezó a gritar unas cosas que no pude entender, por fin el camión detuvo su marcha y pudo, después de un par de cuadras continuar con su camino.
El hombre caminó por algún tiempo, mientras el sonido de ambulancias lejanas interrumpían la momentánea calma de la ciudad, coches a vuelta de rueda con conductores fastidiados circulan a nuestro lado; el cielo se encuentra de un color grisáceo, contaminado. El hombre detiene su caminar para sentarse en el piso, sobre una jerga vieja, saca de su mochila un viejo y desafinado violín, pone a su lado un recipiente plateado y comienza a interpretar los primeros acordes de una melancólica canción.
Una niña vestida de rosa con unas coletas en el pelo y una mochila a su espalda se acerca al músico y lo observa por un momento, hasta que una señora vestida muy elegante con un traje azul marino, impecablemente maquillada y peinada corre a encontrarse con esa personita de cabello oscuro y sonrisa amplia que mira atenta como el hombre termina de tocar una pieza; la señora lanza una monedita dorada con plateado que provoca una pequeña brisa que me empuja nuevamente y salgo volando por los aires cayendo en la manga de esa mujer misteriosa. La señora de la mano de la niña va hablando por celular en una lengua que no entendí, parecía que estaba balbuceando como cuando un niño está aprendiendo a hablar, de pronto la mujer y la niña se despiden y la pequeña entra a un lugar donde hay mucha gente chiquita con mochilas a las espaldas y unas señoras amables en la entrada regalándoles una sonrisa. Ella continúa su camino, por supuesto que conmigo como compañera, camina y vuelve a pasar junto al violinista pero en esta ocasión decide ignorarlo y seguir.
No pasó mucho tiempo cuando subimos a otro vehículo, este no tenía nada que ver con el camión en el que había viajado hace unos momentos, este auto de vestiduras de piel y aire acondicionado, era realmente agradable, la música que escuchaba la señora era de un gusto exquisito, no tenía ninguna queja con ese delicioso ambiente. La mujer parece empezar a desesperarse, mira su reloj de pulso constantemente, el auto se mueve muy lentamente. El teléfono comienza a sonar casi al mismo tiempo que un chorro de agua jabonosa cae en el parabrisas, ella deja el teléfono casi por instinto e intenta decirle a un niño -de piel oscura, sucio con una playera vieja, gris y húmeda que brincó en el cofre del auto para intentar limpiar el parabrisas por una moneda- que se aleje y baje de su auto pero ya es demasiado tarde, el niño termina su trabajo en el tiempo que le permite el semáforo en rojo y se acerca a la ventana de la conductora quien de malas le entrega unas monedas. El tráfico se hace menos y podemos avanzar un poco más rápido, después de un rato el auto se detiene y bajamos de él, alejándonos poco a poco.
La mujer cambió totalmente su semblante al llegar a un mostrador, con gente que le era muy familiar, comenzó a hablar sobre el trabajo, le gustaba pero a veces el estrés era demasiado; llegó un hombre de aproximadamente 30 años de edad que la saludó muy amistosamente, traía dos maletas y un sombrerito azul que destacaba su personalidad. Este hombre le dio la mano seguida de un beso –extraña costumbre- situación que me obligó a adherirme a ese sombrero, después de eso sólo alcancé a escuchar “buen viaje”.
Caminando por pasillos estrechos estaba, mucha gente parecía conocer a este hombre que no quitaba la sonrisa de su rostro. Seguimos caminando hasta que llegamos a un mostrador con otra dos personas vestidas de azul marino, con un tono muy amistoso, repitiendo las palabras que la otra señora había mencionado antes “buen viaje capitán”, sin responder más que con un elegante movimiento de cabeza, el hombre ingresó por otros pasillos que más bien parecían laberintos hasta que por fin llegamos a un vehículo e ingresamos a una pequeña cabina con un tablero lleno de luces, botones y un volante; otras dos personas se encontraban en ese lugar, otro hombre con un sombrero muy parecido al de la persona con el que me encontraba y una joven, vestida con una falda azul marino y blusa blanca, que hacían resaltar sus ojos claros. Unas risas se escucharon en la cabina, cuando el piloto recibió el aviso de la torre de control en el que les informaban que era momento de despegar por la pista dos. No entendí que es lo que quería decir eso, pero unos momentos más tarde nos empezamos a mover, poco a poco, hasta que el avión se detuvo por completo. El piloto inició una cuenta regresiva –con un tono divertido- 5…4…3…2…1… ¡y arrancan!- Y el avión se empezó a mover nuevamente, pero ahora aumentaba la velocidad, un ruido muy fuerte cortaba la calma del ambiente; el avión se empezó a elevar más y más mientras yo recuperaba el aliento. El viaje duró mucho tiempo, no puedo definir cuanto, perdí la noción del tiempo al notar que las nubes se encontraban tan cerca de nosotros que casi se podían tocar.
El piloto anunció que nos encontrábamos a punto de aterrizar en un lugar llamado París, según dicen la ciudad de los enamorados. Los hombres salen de la cabina y despiden a los pasajeros dando la mano a algunos de ellos. Cuando un joven de sweater rojo se acerca y da las gracias al capitán por el buen viaje, yo nuevamente salgo volando para posarme en esa prenda. El joven va de la mano de una muchacha, se la pasan sonriendo y acariciándose el rostro cada vez que pueden.
Un par de personas, al verlos los saludan emocionados. En el calor de la bienvenida salgo nuevamente volando, para caer en la alfombra de ese lugar. Me quedo quieta, observando como esas personas se alejan y como otras llegan.
FIN
Tengo Sueño
Por: Marina Guigui
Tengo sueño, los ojos se me cierran lentamente, trato de luchar contra esa relajación irresistible, inútil empresa. Me levanto, camino unos metros, respiro profundo pero sin lograr mi cometido. Me siento nuevamente en mi lugar… ese sueño inmenso regresa a mí, como abejas a la miel. Decido ir al baño a mojarme la cara a ver si de esa manera el sueño me libera. Funciona, pero sólo por unos minutos, porque el sueño vuelve necio. Estoy desesperado, pocas cosas son más desagradables que tener sueño y no poder irse a dormir. Después de una lucha casi interminable, el reloj marca la hora de salida. Me levanto, guardo mis cosas y decidido me dirijo a mi casa, todo el camino voy pensando en lo confortable que es mi cama… mis almohadas… suave edredón de algodón egipcio. No puedo más, lo único que me interesa en este momento es llegar a mi cama, acostarme y cerrar los ojos. Cada vez falta menos, por favor que el semáforo se ponga en verde, rápido que no resisto.
Por fin, mi cama, acostarse en ella es como dejarse caer en una nube esponjosa, suave, el nivel de confort no puede ser mejor. Cierro los ojos y descubro con terror que el sueño me abandonó.
Tengo sueño, los ojos se me cierran lentamente, trato de luchar contra esa relajación irresistible, inútil empresa. Me levanto, camino unos metros, respiro profundo pero sin lograr mi cometido. Me siento nuevamente en mi lugar… ese sueño inmenso regresa a mí, como abejas a la miel. Decido ir al baño a mojarme la cara a ver si de esa manera el sueño me libera. Funciona, pero sólo por unos minutos, porque el sueño vuelve necio. Estoy desesperado, pocas cosas son más desagradables que tener sueño y no poder irse a dormir. Después de una lucha casi interminable, el reloj marca la hora de salida. Me levanto, guardo mis cosas y decidido me dirijo a mi casa, todo el camino voy pensando en lo confortable que es mi cama… mis almohadas… suave edredón de algodón egipcio. No puedo más, lo único que me interesa en este momento es llegar a mi cama, acostarme y cerrar los ojos. Cada vez falta menos, por favor que el semáforo se ponga en verde, rápido que no resisto.
Por fin, mi cama, acostarse en ella es como dejarse caer en una nube esponjosa, suave, el nivel de confort no puede ser mejor. Cierro los ojos y descubro con terror que el sueño me abandonó.
FIN
viernes, 15 de enero de 2010
EL FUTURO VIENE DEL NORTE
Por: Marina Guigui
Lunes, 1 de Enero de 2033, me encuentro parado en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, de un lado observo la pirámide del templo mayor, del otro el Palacio Nacional que es el restaurante más exclusivo del País, los únicos que tienen acceso a el, es la alta sociedad mexicana. Recuerdo que cuando era estudiante de derecho me gustaba entrar a ver los murales y visitar los salones en dónde se hacían las leyes, me siento privilegiado porque pude vivir esa experiencia; hoy las cosas han cambiado, -piensa con nostalgia-. Mi estómago me empieza a molestar y a hacer un ruido extraño, no recuerdo cuando fue la última vez que comí. José saca de la bolsa de su pantalón de mezclilla, unos dólares pero no le alcanza para saciar su hambre ni su sed; recuerda el olor de la comida de su madre cuando llegaba de la escuela: pollo con mole, caldos, salsas, todo un festín, o eso le parecía a él. Hoy todos comen basura que desperdicia la gente rica, la carne está contaminada y el agua es difícil de conseguir. Muchos han muerto por tomar agua sucia y alimentos descompuestos, ya casi no hay niños y los pocos que quedan están en los huesos; nadie sonríe, las escuelas han cerrado, la mayoría ha muerto o emigrado, yo sigo aquí porque me resisto a abandonar la tierra que me vio nacer, además ya soy viejo para un viaje de ese tipo y no me quedan fuerzas.
José se recuesta un momento y calmado observa el cielo gris, llega un grupo de militares, lo golpean violentamente y apuntándole con un arma, lo obligan a hincarse sobre sus cansadas rodillas. El viejo levanta la cara y antes de recibir el inminente impacto de la bala que terminará con su sufrimiento observa majestuosa, brillante, llena de color hondeando en el asta la bandera azul y roja, con barras y estrellas.
Lunes, 1 de Enero de 2033, me encuentro parado en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, de un lado observo la pirámide del templo mayor, del otro el Palacio Nacional que es el restaurante más exclusivo del País, los únicos que tienen acceso a el, es la alta sociedad mexicana. Recuerdo que cuando era estudiante de derecho me gustaba entrar a ver los murales y visitar los salones en dónde se hacían las leyes, me siento privilegiado porque pude vivir esa experiencia; hoy las cosas han cambiado, -piensa con nostalgia-. Mi estómago me empieza a molestar y a hacer un ruido extraño, no recuerdo cuando fue la última vez que comí. José saca de la bolsa de su pantalón de mezclilla, unos dólares pero no le alcanza para saciar su hambre ni su sed; recuerda el olor de la comida de su madre cuando llegaba de la escuela: pollo con mole, caldos, salsas, todo un festín, o eso le parecía a él. Hoy todos comen basura que desperdicia la gente rica, la carne está contaminada y el agua es difícil de conseguir. Muchos han muerto por tomar agua sucia y alimentos descompuestos, ya casi no hay niños y los pocos que quedan están en los huesos; nadie sonríe, las escuelas han cerrado, la mayoría ha muerto o emigrado, yo sigo aquí porque me resisto a abandonar la tierra que me vio nacer, además ya soy viejo para un viaje de ese tipo y no me quedan fuerzas.
José se recuesta un momento y calmado observa el cielo gris, llega un grupo de militares, lo golpean violentamente y apuntándole con un arma, lo obligan a hincarse sobre sus cansadas rodillas. El viejo levanta la cara y antes de recibir el inminente impacto de la bala que terminará con su sufrimiento observa majestuosa, brillante, llena de color hondeando en el asta la bandera azul y roja, con barras y estrellas.
jueves, 2 de julio de 2009
EL FIN DE LOS TIEMPOS
Por: Marina Guigui
Me encontraba en mi habitación un día como cualquier otro, recorrí la cortina que cubría la ventana, y observé en lo alto, una línea formada por una especie de telescopios de color negro, flotando en el aire uno detrás de otro; mucha gente estaba afuera a pesar de la inundación, bien se podría nadar en los charcos.
Salí de mi casa, todo era tan extraño; una mezcla de miedo, curiosidad e incertidumbre, todos y todo se encontraba paralizado, no saber si a continuación venía una explosión o si se trataba de un mensaje de paz nos tenía preocupados. De pronto, toda el agua que estaba cubriéndonos hasta las rodillas, empezó a desaparecer rápidamente, se comenzaron a escuchar gritos de angustia de algunas personas, que al igual que yo, no entendían que es lo que estaba pasando; algunos pensaban que había llegado el fin del mundo, y de cierto modo así fue.
La tierra empezó a temblar, el terror siguió invadiendo mi cuerpo, pero no corrí, no grité simplemente me quedé paralizada recargada en la pared; cuando sentí un frió terrible en los pies, volví la cara dándome cuenta que el agua estaba regresando, ¿qué es lo que pasa? me preguntaba; ésta cubrió nuevamente mis rodillas, pero no se quedó ahí, continúo subiendo más y más, envolviendo mis brazos, mi cuello y mi cara, cosa que me obligó a nadar y sostenerme de lo que estuviera más cercano a mi para no ahogarme. Sin más, la inundación se detuvo yo seguí flotando igual que todos los demás que no paraban de gritar y de tratar desesperadamente de sostenerse de algún lugar.
En medio del caos esos pequeños aparatos comenzaron a sumergirse poco a poco, la desesperación invadió el ambiente, cuando esas cosas tocaron el agua sentí un dolor muy agudo en todo mi cuerpo ¡nos están electrocutando!, Dios mío, los muertos empezaron a flotar, hombres, mujeres y niños, todos calcinados con muecas de dolor en el rostro ya sin vida, de pronto todo se detuvo, esas máquinas salieron del agua y sin más, a una gran velocidad se alejaron de nosotros.
Cada ves que se ve a alguna persona con cicatrices, el mundo revive con horror y miedo, ese fatídico día en que pocos logramos sobrevivir al ataque extraterrestre. Cada día lluvioso nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia.
Me encontraba en mi habitación un día como cualquier otro, recorrí la cortina que cubría la ventana, y observé en lo alto, una línea formada por una especie de telescopios de color negro, flotando en el aire uno detrás de otro; mucha gente estaba afuera a pesar de la inundación, bien se podría nadar en los charcos.
Salí de mi casa, todo era tan extraño; una mezcla de miedo, curiosidad e incertidumbre, todos y todo se encontraba paralizado, no saber si a continuación venía una explosión o si se trataba de un mensaje de paz nos tenía preocupados. De pronto, toda el agua que estaba cubriéndonos hasta las rodillas, empezó a desaparecer rápidamente, se comenzaron a escuchar gritos de angustia de algunas personas, que al igual que yo, no entendían que es lo que estaba pasando; algunos pensaban que había llegado el fin del mundo, y de cierto modo así fue.
La tierra empezó a temblar, el terror siguió invadiendo mi cuerpo, pero no corrí, no grité simplemente me quedé paralizada recargada en la pared; cuando sentí un frió terrible en los pies, volví la cara dándome cuenta que el agua estaba regresando, ¿qué es lo que pasa? me preguntaba; ésta cubrió nuevamente mis rodillas, pero no se quedó ahí, continúo subiendo más y más, envolviendo mis brazos, mi cuello y mi cara, cosa que me obligó a nadar y sostenerme de lo que estuviera más cercano a mi para no ahogarme. Sin más, la inundación se detuvo yo seguí flotando igual que todos los demás que no paraban de gritar y de tratar desesperadamente de sostenerse de algún lugar.
En medio del caos esos pequeños aparatos comenzaron a sumergirse poco a poco, la desesperación invadió el ambiente, cuando esas cosas tocaron el agua sentí un dolor muy agudo en todo mi cuerpo ¡nos están electrocutando!, Dios mío, los muertos empezaron a flotar, hombres, mujeres y niños, todos calcinados con muecas de dolor en el rostro ya sin vida, de pronto todo se detuvo, esas máquinas salieron del agua y sin más, a una gran velocidad se alejaron de nosotros.
Cada ves que se ve a alguna persona con cicatrices, el mundo revive con horror y miedo, ese fatídico día en que pocos logramos sobrevivir al ataque extraterrestre. Cada día lluvioso nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)