(Introducción: Lino, lana, algodón, seda… fresca caricia al contacto con la piel, un suave rozón y un pedacito de tela sale volando sin control por los aires, posándose en otra prenda de vestir, encontrando un lugar parecido a ese de donde proviene. La vida de una pelusa es inesperada, emocionante y totalmente absurda).
Salgo temprano por la mañana, pensando, distraída en un mundo hostil y distante, que no deja cabida para la expresión de ningún tipo. Voy a una velocidad que no soy capaz de controlar. Sin esperar nada de nadie me subo a un camión, medio de transporte bastante común y utilizado por un amplio número de población. No encuentro lugar para sentarme, así que permanezco parada tensando mi cuerpo para no caer por el violento vaivén del movimiento. Voy escuchando el ruido que se forma de las personas que van sentadas platicando, otras vendiendo, el sonido de las agujas de la señora que va tejiendo algo, la música que el conductor viene escuchando para amenizar su día de trabajo, una canción un tanto folklórica de esas que gustan mucho al pueblo. Yo, me meto en mi misma tratando por un momento de encontrar paz ante este alboroto cotidiano, cuando casi sin sentir una brisa de aire, no tan fresco y un tanto contaminado me empuja y voy a caer en los pantalones de un señor que se encontraba sentado sin moverse observando a las señoras que suben al camión sin cederles el lugar, ellas ya están acostumbradas a que cada quien ve por sí mismo.
La mujer en la que venía pegada llega a su parada y se baja de ese autobús, con cara de alivio por haber terminado su travesía. Yo por el contrario me quedo con ese extraño, vestido de pantalón café y una chamarra negra, es una persona algo rara. No sé cuánto tiempo pasó pero sentí un movimiento brusco, el hombre se estaba levantando para indicarle al conductor que se detuviera y así poder bajar y continuar su camino, pero ignoró la solicitud de parada y en lugar de detenerse, aumentó la velocidad, el hombre de tez morena se encendió en cólera y empezó a gritar unas cosas que no pude entender, por fin el camión detuvo su marcha y pudo, después de un par de cuadras continuar con su camino.
El hombre caminó por algún tiempo, mientras el sonido de ambulancias lejanas interrumpían la momentánea calma de la ciudad, coches a vuelta de rueda con conductores fastidiados circulan a nuestro lado; el cielo se encuentra de un color grisáceo, contaminado. El hombre detiene su caminar para sentarse en el piso, sobre una jerga vieja, saca de su mochila un viejo y desafinado violín, pone a su lado un recipiente plateado y comienza a interpretar los primeros acordes de una melancólica canción.
Una niña vestida de rosa con unas coletas en el pelo y una mochila a su espalda se acerca al músico y lo observa por un momento, hasta que una señora vestida muy elegante con un traje azul marino, impecablemente maquillada y peinada corre a encontrarse con esa personita de cabello oscuro y sonrisa amplia que mira atenta como el hombre termina de tocar una pieza; la señora lanza una monedita dorada con plateado que provoca una pequeña brisa que me empuja nuevamente y salgo volando por los aires cayendo en la manga de esa mujer misteriosa. La señora de la mano de la niña va hablando por celular en una lengua que no entendí, parecía que estaba balbuceando como cuando un niño está aprendiendo a hablar, de pronto la mujer y la niña se despiden y la pequeña entra a un lugar donde hay mucha gente chiquita con mochilas a las espaldas y unas señoras amables en la entrada regalándoles una sonrisa. Ella continúa su camino, por supuesto que conmigo como compañera, camina y vuelve a pasar junto al violinista pero en esta ocasión decide ignorarlo y seguir.
No pasó mucho tiempo cuando subimos a otro vehículo, este no tenía nada que ver con el camión en el que había viajado hace unos momentos, este auto de vestiduras de piel y aire acondicionado, era realmente agradable, la música que escuchaba la señora era de un gusto exquisito, no tenía ninguna queja con ese delicioso ambiente. La mujer parece empezar a desesperarse, mira su reloj de pulso constantemente, el auto se mueve muy lentamente. El teléfono comienza a sonar casi al mismo tiempo que un chorro de agua jabonosa cae en el parabrisas, ella deja el teléfono casi por instinto e intenta decirle a un niño -de piel oscura, sucio con una playera vieja, gris y húmeda que brincó en el cofre del auto para intentar limpiar el parabrisas por una moneda- que se aleje y baje de su auto pero ya es demasiado tarde, el niño termina su trabajo en el tiempo que le permite el semáforo en rojo y se acerca a la ventana de la conductora quien de malas le entrega unas monedas. El tráfico se hace menos y podemos avanzar un poco más rápido, después de un rato el auto se detiene y bajamos de él, alejándonos poco a poco.
La mujer cambió totalmente su semblante al llegar a un mostrador, con gente que le era muy familiar, comenzó a hablar sobre el trabajo, le gustaba pero a veces el estrés era demasiado; llegó un hombre de aproximadamente 30 años de edad que la saludó muy amistosamente, traía dos maletas y un sombrerito azul que destacaba su personalidad. Este hombre le dio la mano seguida de un beso –extraña costumbre- situación que me obligó a adherirme a ese sombrero, después de eso sólo alcancé a escuchar “buen viaje”.
Caminando por pasillos estrechos estaba, mucha gente parecía conocer a este hombre que no quitaba la sonrisa de su rostro. Seguimos caminando hasta que llegamos a un mostrador con otra dos personas vestidas de azul marino, con un tono muy amistoso, repitiendo las palabras que la otra señora había mencionado antes “buen viaje capitán”, sin responder más que con un elegante movimiento de cabeza, el hombre ingresó por otros pasillos que más bien parecían laberintos hasta que por fin llegamos a un vehículo e ingresamos a una pequeña cabina con un tablero lleno de luces, botones y un volante; otras dos personas se encontraban en ese lugar, otro hombre con un sombrero muy parecido al de la persona con el que me encontraba y una joven, vestida con una falda azul marino y blusa blanca, que hacían resaltar sus ojos claros. Unas risas se escucharon en la cabina, cuando el piloto recibió el aviso de la torre de control en el que les informaban que era momento de despegar por la pista dos. No entendí que es lo que quería decir eso, pero unos momentos más tarde nos empezamos a mover, poco a poco, hasta que el avión se detuvo por completo. El piloto inició una cuenta regresiva –con un tono divertido- 5…4…3…2…1… ¡y arrancan!- Y el avión se empezó a mover nuevamente, pero ahora aumentaba la velocidad, un ruido muy fuerte cortaba la calma del ambiente; el avión se empezó a elevar más y más mientras yo recuperaba el aliento. El viaje duró mucho tiempo, no puedo definir cuanto, perdí la noción del tiempo al notar que las nubes se encontraban tan cerca de nosotros que casi se podían tocar.
El piloto anunció que nos encontrábamos a punto de aterrizar en un lugar llamado París, según dicen la ciudad de los enamorados. Los hombres salen de la cabina y despiden a los pasajeros dando la mano a algunos de ellos. Cuando un joven de sweater rojo se acerca y da las gracias al capitán por el buen viaje, yo nuevamente salgo volando para posarme en esa prenda. El joven va de la mano de una muchacha, se la pasan sonriendo y acariciándose el rostro cada vez que pueden.
Un par de personas, al verlos los saludan emocionados. En el calor de la bienvenida salgo nuevamente volando, para caer en la alfombra de ese lugar. Me quedo quieta, observando como esas personas se alejan y como otras llegan.
FIN